“Sentí infinita veneración, infinita lástima”, escribe Borges en “El Aleph” después de enumerar en un párrafo bello y poético todo lo que ve el Borges narrador al bajar al sótano de la casa de la calle Garay donde vive Carlos Argentino Daneri. Al desafiarlo a enfrentarse al Aleph, Daneri (el “otro” protagonista del magistral cuento que el gran escritor publicó hace ochenta años) le explica: es “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.
La frase “infinita veneración, infinita lástima” fue elegida por los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez, directores del Centro de Estudios Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, como título de la muestra que celebra las ocho décadas de la aparición de “El Aleph” en el número de septiembre de 1945 de la revista Sur.
Un ejemplar de la edición 131 asoma en una de las vitrinas, frente a un enorme mural donde se puede leer la célebre enumeración del cuento que empieza con “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América” e incluye imágenes deliciosas como “vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte”. Y termina así: “Vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”. Después del primer punto y aparte vienen esas cinco palabras que condensan todo lo que Borges vio: “Sentí infinita veneración, infinita lástima”.
“La idea era hacer una muestra que le llegara a todo el mundo. Además de producir material muy especializado para investigadores, trabajamos también para generar nuevos lectores, que es la función de la Biblioteca Nacional. Entonces pensamos siempre una muestra como la forma de acercar nuestro trabajo a todo público –dijo Rosato a LA NACION en el inicio de la recorrida por la sala Leopoldo Marechal-. Decidimos empezar por el centro del relato. Cuando se lee ‘El Aleph’, en la primera lectura uno siempre queda maravillado por la enumeración. Es donde Borges hace hincapié en la idea de ‘el lenguaje no alcanza para describir lo que vi’.”
Coautora junto a Álvarez del magnífico estudio Borges, libros y lecturas, publicado por la BN en 2010 y reeditado en 2017, Rosato señala el mural y cuenta que los pequeños números que se ven arriba de cada aparición de “vi” (más de treinta) replican las anotaciones del autor. “En el manuscrito los numera para que se entienda el orden y la cantidad de veces que aparece el verbo”, cuenta la investigadora. Con el equipo de diseño de la BN consiguieron imitar el estilo y el tamaño de la letra de Borges con una tipografía especial. Para quienes quieran releer el cuento (o, incluso, asomarse por primera vez), en el material gráfico que acompaña la exhibición hay un código QR con acceso directo al texto.
Los pormenores de la escritura del relato, que incluye desde las fuentes literarias hasta las condiciones de producción (cuándo lo escribe y en qué contexto emocional, por ejemplo), son un eje central de la muestra. Explica Rosato: “Este cuento está atravesado por muchas situaciones personales. Lo empezó a escribir en sus últimos meses en la biblioteca Miguel Cané, cuando ya está listo para cambiar de piel, mudar de persona. El paso por la Cané fue muy triste para él, se sentía muy desdichado. Al mismo tiempo, se está terminando de alguna manera la relación con Estela Canto, que es la musa del cuento y a quien está dedicado. Son muchos cambios en su vida que se ven reflejados en la historia. O sea, su entorno personal forma parte del cuento”.
Según la investigadora, Borges se concentró en la escritura de “El Aleph” entre diciembre de 1944 y febrero de 1945. “Son tres meses febriles, en los que trabaja mucho. En el manuscrito se advierte que hay bastante reescritura. En la enumeración hay un trabajo de orfebrería”.
En una pared hay una foto hermosísima de Canto y Borges, ya grandes. Se los ve caminar por Buenos Aires. “La sacó el físico y músico Alberto Rojo, que ese día vio a Borges por la calle y le pidió una foto. Canto, que acababa de vender el manuscrito de ‘El Aleph’, lleva del brazo a Borges”, agrega Rosato y recuerda la historia de ese célebre manuscrito. “Estela lo pasó a máquina para entregarlo prolijo a Sur y ese original con las anotaciones del autor quedó en su casa. La mamá de Estela vio el manuscrito y lo guardó en algún cajón. Permaneció mucho tiempo guardado. Hasta que, finalmente, en los años 80, Canto necesitaba plata y le pide permiso a un Borges ya célebre para vender el manuscrito”.
Fue en 1985, un año antes de la muerte del escritor. Lo compró en una subasta el Ministerio de Cultura de España por US$ 25.760. Desde entonces, permanece en custodia en la Biblioteca Nacional de España.
El volumen exhibido en la muestra es una edición facsimilar que hizo la institución española junto con la Fundación Internacional Jorge Luis Borges. “Es una edición numerada muy poco conocida. En la Fundación había dos ejemplares y uno fue donado a la Biblioteca Nacional”, reveló la especialista, que remarcó: “Con los manuscritos corregidos o anotados queremos mostrar al público los cambios que hizo Borges desde la primera versión a la que luego se publica como libro. Por ejemplo, el cambio de título, la versificación que inventa para Daneri, el parentesco entre Daneri y Beatriz Viterbo, que pasaron de hermanos a primos”.
La mayor parte de los materiales exhibidos integran el acervo de la Biblioteca: hay tres enciclopedias que fueron fuente de Borges, libros de matemática y astronomía, ediciones de La Divina Comedia (que lo inspiró), de Hamlet, traducciones a varias lenguas, reescrituras (El Aleph engordado, de Pablo Katchadjian; Help a él, de Fogwill), adaptaciones de otras disciplinas (cine, artes plásticas) fotografías y objetos. Entre ellos, los que representan los universos de los protagonistas.
En una vitrina, están los de Daneri: una máquina de escribir, un sello de goma, un moño, un perfume, una lapicera y cartas a Viterbo. En otra, los del Borges personaje: una botella de coñac, anteojos, pañuelo, bastón, pastillas de menta, terrones de azúcar, naipes, un peine de plástico, un alfajor santafecino.
“La idea es que la gente se pueda imaginar qué clase de hombres son por los objetos que poseen. Me gusta pensar que Borges va colocando al lector muy del lado de Borges –completa-. Y como Beatriz está muerta y no tiene objetos, solo las imágenes que Borges relata: con un pequinés, en la comunión, en el casamiento, en los carnavales”.
Un objeto que resume toda la trama es un caleidoscopio, que invita a descubrir imágenes al mirar en su interior. “Todos los lugares del mundo”, dice el panel que lo presenta con una cita de Canto sobre la primera vez que Borges le habló de su concepto de “El Aleph”. Le dijo que quería escribir un cuento sobre un lugar donde se encuentran todos los puntos del universo. A modo de ejemplo, le llevó un caleidoscopio de regalo.
Para agendar
Lunes a viernes de 9 a 21, y sábados y domingos de 12 a 19, en la Sala Leopoldo Marechal de la BN (Agüero 2502), hasta el 31 de mayo de 2026. Entrada gratuita.